El final de un ciclo
requiere el comienzo de otro.
Todos los temores e incertidumbres
que hacen arraigarte a lo ya conocido, te limitan y te empujan a encerrarte en
lo de siempre y a no explorar; a no ver diferentes caminos ni nuevos
horizontes.
Dejemos atrás lo que ya
no resuena con nuestro ser. Superemos eso que nos impide crecer y que llevamos
como una carga que nos agria el alma.
Hay que dar salida a lo
viejo, a lo que ya no te renueva por dentro, a lo anquilosado y enquistado que
te atrapa sin poder salir.
Una retirada a tiempo
es una victoria. A veces nos empeñamos en seguir con cosas que están acabadas,
que ya no se sostienen en una tierra fértil,
sino que se sedimentan en una tierra seca y estéril.
Por más duro que pueda
parecerte, los sueños o quimeras por las que algún día dejaste tu vida, ya no
son alimento para la misma, sino su veneno; un estorbo que te impide saborear
nuevos retos, éxitos y caminos que te lleven a la plenitud y bienaventuranza.
Es momento de reencontrar
lo que es en ti.