En el camino que atraviesas, a menudo aparecen oasis envueltos de un encanto que atrae a primera vista. Hay que ser realmente fuerte para que no dirijas tu atención sobre ellos.
Te impregnan con su dulzura aromatizante para derretirte y que accedas, sin pararte a pensar un segundo, a sus pretensiones.
Son
realmente atrayentes, emanan excitación en cada halo de luz que irradian, es
imposible resistir y no sucumbir a esos encantos.
Peor
aún, es cuando has estado a punto de entrar en ese oasis y te has quedado
delante de ellos, contemplando ese esplendor que deprenden.
Mientras
estás ahí, imaginas como podría ser vivir en ellos, sentirlos, probarlos,
unirte a ellos sin condiciones. Te alimentas de una idealización ferviente que
acrecienta tu excitación, desbordando una pasión interna que necesita ser
volcada en ellos.
Pero,
sabes que tu camino no pasa por ellos, te alejas con un pensamiento de imposibilidad
impotente y te frustras.
Siempre
estás imaginándote en esos oasis de placer, en ese pasado moldeable en el que
cambias tu realidad vivida, y en ese futuro idealizante, de aquello que anhelas alcanzar y que internamente
sabes, que tu dirección es la contraria.
En
efecto, mi dirección es otra. Yo camino por la pureza y sinceridad del presente,
este es mi sino y mi firme voluntad.
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