El sol florece, las nubes se apartan, la luz llena mis ojos de un ritmo esperanzador.
No estoy acostumbrado a la claridad. Siempre aparece un ligero viento que cambia de dirección inesperadamente, nublándose en un etéreo gris de homogéneo e insípido sinsabor.
Quizás, esta vez, tarde en llegar, aprovecharé la iluminación que ha llegado a mis ojos y experimentaré el cálido aroma de su silueta.
Esta ocasión es la del no miedo, la del no esconderse, la del no quedarse quieto, la del no estar sentado a esperar como transcurre el tiempo alejado de mí, como si fuera un simple espectador que mira la hora de aquella obra de teatro que no es capaz de saborear.
El instante abarca mis sentidos, la inmanencia fluye por todo mi cuerpo. Ahora es lo único que busco y eso es lo que quiero degustar. El sabor de lo trascendente que existe en su mirada.
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