¿Por qué ese anhelo de
protagonismo? ¿De ser el centro de atención? ¿De qué se enfoquen todas las
miradas en uno?
Es algo inconsciente, que lo
llevamos insertado en nuestra genética y que además, se promueve social y
culturalmente.
Si no estamos en el centro del
puzle, no existimos. ¿Y qué hacemos con los que están en las esquinas? No sé si
os habréis dado cuenta, pero es que sin éstos, no habría puzle, no existiría.
Sabiendo esto... ¿Por qué sigues
una y otra vez, y otra vez, queriendo ser el protagonista en todas las
acciones, el que maneja las situaciones, el que dirige las conversaciones de
los demás, el que sin ti, nada existe?
Este es el individuo actual, un
hiper-narcisista pendiente de la aprobación y reconocimiento externo, y que si
no lo tiene, se auto-exculpa y piensa que siempre el problema son los demás.
Ha llegado el momento, de coger
el timón de nuestra propia vida y responsabilizarnos de lo que realmente somos.
El primer paso es mirarnos hacia
adentro, quedarnos en las profundidades de nuestra psique y abrazar nuestra
sombra, esa que nos hace sufrir, que nos hace comportarnos como un automatismo
infantil y regresivo.
Las máscaras (nuestra
personalidad- más de una-) que utilizamos esconden nuestro niño interior, al
punto de arrinconarlo hacia la esquina más lúgubre de nuestro corazón, y
despojarlo de toda alegría, vitalidad y energía por vivir.
Siempre mediatizados por el
dinero y el comportamiento individualista-posesivo, las relaciones humanas se
limitan a superficiales transacciones comerciales, a un uso de las personas
como un mero servicio de satisfacción propia de una necesidad-deseo
artificial inducida externamente.
Dolidos y heridos en nuestro
orgullo, este comportamiento de vida (en el que todos y cada uno de nosotros construimos
cada día) nos relega al anonimato, a la desaparición, a la extinción de la
presencia humana.
Somos serviles de un “sujeto
automático” que nos piensa, que actúa por nosotros, que decide todas las
cuestiones que nos atañen, sin que nos demos cuenta de su existencia.
Hace falta una profunda
reflexión sobre nuestra “necesidad” de estar presentes en este sistema,
queriendo siempre participar de las limosnas que nos ofrece.
¿En realidad nuestras quejas son
producto de esa herida narcisista?¿Quizás, nos quejamos porque nos gustaría participar
y estar en el “centro” de este miserable sistema? ¿Somos tan poca cosa que después
de siglos y siglos de esfuerzo, nos conformamos con las migajas materiales (sin
rastro de espiritualidad) que nos ha proporcionado
el sistema? ¿Y ahora que hacemos que ya no hay ni esas migajas…?
¿Qué tal si esta vez, nos adentramos en
nosotros mismos y miramos quienes somos en realidad? ¿Verdaderamente actuamos desde
nuestra propia esencia o desde un sistema/programa impuesto genética y
culturalmente?
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