miércoles, 5 de marzo de 2014

Ojos cerrados.

Cada noche el insomnio hace presencia. Las perturbadoras corrientes del alma empujan en la nocturnidad del cuerpo.

La falta de actividad de éste, acrecienta el turbulento dinamismo del corazón.
Palpita fuertemente, como si algo estuviera a punto de estallar en el interior.
La tensión aumenta, fluye en avalanchas la angustia del fervor impaciente de la decisión.
Como el vaivén de las aguas, los pensamientos se balancean sin determinar un punto fijo. Vuelve a oscurecer, a nublarse la claridad, la luz titubea cual penumbra lúgubre.

Los ojos se irritan, la retina destella confusión. Las imágenes están borrosas, el cristalino desenfoca y pierde la nitidez de los momentos.

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