Sé
paciente. Deja que tus ataques de ira, rabia y furia penetren en ti, siéntelos,
que recorran todo tu cuerpo.
Mantente
aislado de ellos. Como un observador que visiona una película que no forma
parte de él. En ese instante, ni se te ocurra decir lo que pasa por tu mente.
Está demasiado contaminado, excesivamente viciado y distorsionado como para ver
objetivamente la realidad.
No
merece la pena comportarte según los impulsos de las emociones: Son tan
variables, pendulares y maleables que hacen que nos balanceemos en los polos
extremos de nuestro sentir.
La
clave es mantenerte atento, lo más centrado posible, firme y ecuánime para
resistir las marejadas y envites emocionales que padecemos.
Debemos
controlarlos y calmarlos hasta entrar en un estado de serenidad donde las aguas
vuelvan a su cauce y podamos percibir la claridad de la realidad.
Ahora
sí, ya puedes expresar lo que se encuentra en tu mente, previo paso del corazón
– garantía de la verdad absoluta de nuestro ser -.
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